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RustypetaS

La balsa de piedra

Siento un ligero mareo. Parece como si este trozo de roca plana en medio del mediterráneo se estuviese moviendo lentamente. ¿Quién sabe? Quizá mañana despertemos alterados porque la Isla ha chocado violentamente contra, qué se yo, la costa de Túnez o bien contra Sicilia, desplazándose de la punta de la bota itálica hacia las costas egipcias, en una suerte de carambola geológica que obligaría a cambiar todos los mapas del mundo. Otras siento que la Isla está firmemente anclada en el fondo marino resistiendo vientos y mareas orgullosa e imperturbable, azotada por la tramontana y regada por el salitre hasta el último rincón de tierra. Y cuando oigo hablar del cambio climático y del aumento del nivel del agua pienso en que de aquí unos años quizá los habitantes de la Isla tendrán que ir reculando hacia las zonas más altas, con el problema añadido de que aquí sólo hay una montaña alta, el monte Toro, y de que su cumbre no está preparada para acoger a tanta gente. Así que, si la Isla se va hundiendo poco a poco, habrá que marcharse o bien adaptarse genéticamente a toda prisa; desarrollar branquias, escamas y membranas interdigitales. La idea de que Menorca desaparezca entre las aguas como la vieja y mágica Atlántida me seduce. No sé, hay algo mágico en esta Isla, una energía especial. Dice un conocido mío, y vuestro también, que los que vienen a esta Isla tienen todos una tara. Desde que dijo esa frase todos los días hago un repaso de mi personalidad buscando la tara que me ha traído a esta balsa de piedra y pensando qué tiene ella que pueda sanarla.



Empiezan a chirriar los oxidados engranajes de la tierra por el giro del tiempo. Ya pasa gemebundo el verano y la tenue luz del invierno empieza a sombrear los rincones otrora radiantes de esta Isla imberbe que se dispone a soportar con paciencia franciscana los azotes del viento sin más abrigo que unas cuantas piedras amontonadas. Se vacían las calles, las playas, los apartamentos de esta pétrea y anodina balsa varada en medio de ninguna parte. En cuanto el sol abandona el techo del cielo y sólo rasea el horizonte, se termina la fiesta. El astro, hasta ahora solícito y cálido se torna frío y distante, como un padre indolente y despiadado que impone implacable su ley draconiana.

by Javi

1 comentario

cálida barcelona -

tu si que eres draconiano...
se nota la madurez que has adquirido en tus versos, la nostalgia de tus palabras, el remor del mar de fondo...
WE LOVE METRALLETAS!!!!