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RustypetaS

Una bonita unidad familiar

La tarde empieza a espesarse a partir de las ocho en la tienda del museo. El flujo de gente disminuye paulatinamente y se convierte en un goteo inconstante de familias y grupos. El sufrido vendedor se relaja: los codos sobre el mostrador, las manos sosteniendo la cabeza, la cabeza en otra parte, no muy lejos, concretamente en una bonita unidad familiar...

El niño, viril e impetuosos, extasiado por la capciosa e interminable gama de colores, de texturas y perfiles que la disposición de los productos – todos a su altura–  le ofrece, se avanza. La madre, cauta y contenida, en lucha constante entre su espíritu y su responsabilidad, detrás. El padre toma otro camino, tantea la salida, levanta la mirada y desiste. La abuela, ya antes de que el niño diga nada, se pide comprarle algo, lo que el chiquillo quiera, dice, llena de cariño –o de espíritu competitivo –uno ya no sabe. La madre se acerca al niño, le sigue de cerca, le toca la cabeza, le dice con gestos: te vigilo. La abuela a lo suyo, en un segundo plano, mirando a la madre, con un nerviosismo extraño en los ojos; de nuevo el cariño. El padre ya está de mal humor, tantea el bolsillo, saca el paquete de cigarrillos, toma uno, se echa la mano al otro bolsillo, coge el encendedor y…“Aquí no se puede fumar, caballero” (interviene el vendedor, que se erige en árbitro de la contienda).            

Todo el día aguantando a la mujer, a la suegra, al niño consentido, con un desembolso a la vista y encima sin poder fumar. Eso debe ser vida. El movimiento ondulante de la familia, capitaneada por el chaval, ofrece ahora una oportunidad de oro. Se acercan al mostrador. El niño primero, tocándolo todo, sudando, dando pequeños saltos de impaciencia nerviosa. La madre como siempre detrás; mirando de reojo al marido, al padre, al yerno, al hombre asqueado de otro día de vacaciones. ¡Dios bendiga las horas extras! –parecen decir sus ojos, entre tristes y furiosos–. La abuela es cosa buena.  A última hora a adelantado a la madre, se ha colocado a la altura del niño e intenta conseguir su atención blandiendo productos y zarandeándolos como si por nieto tuviese un mono. A ver, hijo, dime lo que quieres que te lo compro.     

La madre se cree en la obligación de poner un límite al asunto. Más por no irritar en demasía al marido que por ninguna otra cosa. Hijo mío, sólo se pueden comprar dos cositas, ¿vale? El niño parece no haberla oído. Sigue removiendo productos altivamente, con una expresión sobrada de entendimiento en el arte de la compra. De pronto ocurre en medio de mis narices. El niño se queda mirando cómo en la otra caja la compañera del sufrido (aunque ahora entretenido) vendedor cobra a unos señores de aspecto pudiente. La cuenta asciende a más de cien euros y los productos atestan el mostrador. Ya está en marcha, ya ha arrancado y se está acelerando el proceso mental del pequeño. Uno más uno, dos; más dos son cuatro, más cuatro, ocho y pim pam pum el niño le espeta a la madre: Mamá no me mientas, ¡Qué es eso de que sólo se pueden comprar dos cosas, esos señores se llevan por lo menos cuarenta!            

Ahí está, la prueba de la inteligencia de un niño que sólo se levanta un metro del suelo. La inteligencia derrochada, malgastada al servicio del consumo. Todos ríen –incluido el sufrido (y ahora sorprendido) vendedor– divertidos y complacidos con el niño. Qué cosas tiene, es tan listo. La unidad familiar se marcha por la puerta, complacidos todos su miembros por los razonamientos del chaval, surgidos de una sofisticada inteligencia, exprimida a conciencia en aras del objetivo principal: comprar, conseguir, atesorar…TENER.  El niño maldice entre dientes. Aunque ha conseguido arrancar las carcajadas de su familia y de un desconocido, sólo ha conseguido dos cositas. La abuela se va contenta, ilusa de pensar que el niño le está agradecido. La madre está satisfecha: sus reglas se cumplen. El padre, ay el padre, devuelve la cartera a su sitio, de donde nunca debió haber salido, parece pensar...

Qué proclive es el ser humano a caer en sus propias trampas.

x James

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